Hijos míos… Tal vez algún día lean esto cuando ya sean grandes, cuando la vida los haya llevado por caminos propios. Pero quiero que estas palabras queden grabadas para siempre, como esta foto en el Obelisco la noche en que festejamos que Argentina salió campeona del mundo.
Ustedes dos son mi mayor orgullo. Máximo, mi campeón que ya se prepara para la universidad y para construir su propio futuro. Franco, mi pequeño quejón hermoso, lleno de risa, carácter y ocurrencias que me desarman el alma.
“Papá… con eso jugaban los dinosaurios…”
“Papá, ¿sabés lo que es el maltrato infantil?”
Esas frases, dichas entre risas, me muestran algo enorme: que se sienten libres conmigo, que pueden hablar sin miedo, que pueden bromear, cuestionar y ser ustedes mismos. Eso vale más que cualquier título, cualquier trabajo o cualquier triunfo.
Toda mi vida, cada paso, cada noche sin dormir, cada decisión, siempre tuvo un centro: ustedes. Quise y quiero que crezcan protegidos, respetados y amados sin condiciones.
Mientras yo viva, van a tener un refugio. Una casa a la que siempre puedan volver. Un abrazo que nunca se niega. Un papá que daría la vida por ustedes sin pensarlo.
Máximo, confío profundamente en vos. Tu camino en sistemas, tecnología o ciberseguridad va a abrirte puertas que hoy ni imaginás. Tenés la cabeza, el corazón y la fuerza para llegar lejos.
Franco, mi pequeño sol… tu humor, tu mirada pícará, tu capacidad de decir lo que pensás, son tu superpoder. No dejes nunca de ser auténtico, de reírte fuerte, de cuestionar con respeto y cariño.
Si un día la vida se les hace pesada, miren esta foto: acuérdense de esa noche en el Obelisco, del país festejando, de nosotros tres abrazados en medio de la multitud… y recuerden que, pase lo que pase, nunca van a estar solos.